Entre tantas cosas que se están hablando de ídolos en diferentes escenarios, ¿por qué no hablar un poco del ídolo más grande que tiene el voley argentino? Estoy hablando nada más y nada menos que de Hugo Conte.
Conte nació en 1963 y ya de chico practicaba muchos deportes. Pasó por el fútbol, el básquet y hasta hizo natación, hasta que empezó a jugar el voley, ese deporte que lo tiene como uno de los mejores ocho jugadores de todos los tiempos.
A lo largo de su carrera, que dicho sea es muy extensa, nunca perdió el placer por el juego en sí. Gracias a ese placer que siempre sintió y a su gran calidad técnica, logró obtener una abultada cantidad de logros, entre los que se destacan la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl `88, el tercer puesto en el Campeonato Mundial realizado en Argentina, en 1982, campeón en Francia con Cannes en 1983, campeón de Europa con Parma en 1984 y campeón en seis oportunidades de la Liga Argentina, con Ferro Carril Oeste, Rojas Scholem, Swiss Medical Monteros y Club de Amigos.
Una vez retirado como jugador, el hombre conocido también en el voley por su inconfundible barba candado se dedicó a la conducción técnica. Y no le fue nada mal. Dirigió a Monteros de Tucumán, al Pallavolo Catania, de Italia, y actualmente está dirigiendo al Zinella Voley Bologna del mismo país. En este último equipo dirige a su hijo Facundo, una de las grandes promesas del voley argentino.
Por todo estos logros, por su excelente técnica, por su pasión por el voley y porque nunca bajó los brazos, Hugo Conte fue, es y será uno de los máximos referentes del voley argentino.